1. Alan Radley, «Portrayals of Suffering: On Looking Away, Looking at, and the Comprehension of Illness Experience», Body & Society 8, n.º 3 (septiembre de 2002): 1-23, https://doi.org/10.1177/1357034X02008003001.




















 
































2. Pavis, Patrice, Jaume Melendres, Anne Ubersfeld, y Patrice Pavis. Diccionario del teatro: dramaturgia, estética, semiología. 1. ed., Nueva ed., Revisada y Ampliada. Paidós comunicación Teatro 10. Barcelona: Paidós, 1998.




3. Radley, Alan. «Portrayals of Suffering: On Looking Away, Looking at, and the Comprehension of Illness Experience». Body & Society 8, n.º 3 (septiembre de 2002): 1-23. https://doi.org/10.1177/1357034X02008003001.




4. Zhu, Zhensen, Jie Ding, y Edward E. Tredget. «The Molecular Basis of Hypertrophic Scars». Burns & Trauma 4 (1 de diciembre de 2016): s41038-015-0026-4. https://doi.org/10.1186/s41038-015-0026-4.












5. Krakowski, Andrew C, y Peter R Shumaker. The Scar Book Formation, Mitigation, Rehabilitation, and Prevention. Philadelphia: Lippincott Williams & Wilkins, a Wolters Kluwer business, 2017. http://search.ebscohost.com/login.aspx?direct=true&scope=site&db=nlebk&AN=1780872.






























































































6. Ahmed, Sara, y Jackie Stacey. Thinking Through the Skin., 2003. http://public.ebookcentral.proquest.com/choice/publicfullrecord.aspx?p=180396.








7. Lafrance, Marc. «Skin Studies: Past, Present and Future». Body & Society 24, n.º 1-2 (junio de 2018): 3-32. https://doi.org/10.1177/1357034X18763065.















8. «encarnar». En Diccionario de la lengua española. Accedido 25 de mayo de 2022. https://dle.rae.es/encarnar.









9. Madary, Michael, y Thomas K. Metzinger. «Real Virtuality: A Code of Ethical Conduct. Recommendations for Good Scientific Practice and the Consumers of VR-Technology». Frontiers in Robotics and AI 3 (2016): 3. https://doi.org/10.3389/frobt.2016.00003.

































10. Al momento en que escribe este texto, llevamos semanas reportando cientos de muertos al día debido a la pandemia por coronavirus. Sin embargo, la narrativa y el protagonismo que se le da a esta por parte de los medios de comunicación y la población en general no es el mismo. El horror de un fallecimiento sorpresivo pasa a ser un acontecimiento privado, con todas las consecuencias que implica este olvido autoimpuesto por el colectivo.
11. ZIZEK, SLAVOJ. Pandemia, La covid-19 estremece al mundo. S.l.: ANAGRAMA, EDITORIAL S A, 2020.
12. Sørensen, Kristine, Orkan Okan, Barbara Kondilis, y Diane Levin-Zamir. «Rebranding Social Distancing to Physical Distancing: Calling for a Change in the Health Promotion Vocabulary to Enhance Clear Communication during a Pandemic». Global Health Promotion 28, n.º 1 (marzo de 2021): 5-14. https://doi.org/10.1177/1757975920986126.










































13. Elert, Glenn, ed. «Diameter of a Human Hair». En The Physics Factbook. Accedido 25 de mayo de 2022. https://hypertextbook.com/facts/1999/BrianLey.shtml.



















14. Mientras me siento a escribir caen las bombas sobre Ucrania, todo la humanidad alrededor estamos bajo una dieta estricta de imágenes del horror.












15. Cabe destacar que la nocividad de los florecimientos algales es contextual, dependiendo del orígen de los nutrientes que permiten su crecimiento exponencial. Un sistema natural sano no necesariamente está en un equilibrio perfecto, un nivel de perturbación desde fuentes naturales muchas veces es beneficioso.












16. Martin, Emily. «Toward an Anthropology of Immunology: The Body as Nation State». Medical Anthropology Quarterly, New Series 4, n.º 4 (1990): 410-2617. "Self and nonself" en el original en inglés.18. Traducción del autor del original en inglés.
















19. Yong, Ed. Yo contengo multitudes: los microbios que nos habitan y una visión más amplia de la vida. Barcelona: Debate Editorial, 2017. Pág. 127. 20. O por lo menos propias de animales complejos (sabrán disculpar la ignorancia los biólogos del comportamiento)













21. El entramado de proteínas que provee soporte interno en las células, organiza las estructuras internas y les permite transportar elementos dentro de la célula, moverse y dividirse.























































22. La sigla, en inglés, refiere a Receptor de tipo Toll (Toll-like receptor) Cabe destacar que estos no son los únicos receptores presentes en estas células, pero el principio que se describe a partir de estos es, en líneas generales, el mismo.












23. El microscopio de barrido de electrones (SEM) tiene la característica de producir imágenes que describen de buena manera los volúmenes de los objetos, como si estuvieran hechos de piedra o cerámica, a diferencia de los microscopios ópticos en donde al pasar luz a través de los cuerpos, estos se ven planos y transparentes. Ambos son útiles en contextos diferentes.








24. La belleza de la microscopía de inmunofluorescencia es que permite a la ciencia distinguir entre distintos tipos de estrcutura. Esto gracias a anticuerpos diseñados en laboratorio que se adhieren a diferentes sistemas de la célula, siendo luego iluminado por particulas fluorescentes que se adhieren a esos anticuerpos.
Una partícula que por la evolución le permitió sentir al sistema inmune nuevas amenazas, le permite a la ciencia ver y entender procesos biológicos.














25. Duscher, Dominik, Miachel Longaker, y Geoffrey C. Gurtner. «The Biomechanics of Scar Formation». En The scar book: formation, mitigation, rehabilitation, and prevention. Wolters Kluwer, 2017. Pág. 193.


26. Ingber, D. E. «The Architecture of Life». Scientific American 278, n.º 1 (enero de 1998): 48-57. https://doi.org/10.1038/scientificamerican0198-48.





27. Ingber, Donald E, Ning Wang, y Dimitrije Stamenović. «Tensegrity, Cellular Biophysics, and the Mechanics of Living Systems». Reports on Progress in Physics 77, n.º 4 (1 de abril de 2014): 046603. https://doi.org/10.1088/0034-4885/77/4/046603. 28. Baeyer, Hans Christian von, y Kenneth Snelson. «Kenneth Snelson and Hans Christian von Baeyer: A Conversation», abril de 1989. http://kennethsnelson.net/articles/kenneth-snelson-exhibition-the-nature-of-structure-3/.







El gesto de apertura


por José de la Parra

I.


   
Hay, en primer lugar, un estremecimiento.

    Verónica, sigo mirando las fotos de la primera parte del proyecto. Las imprimí, como te mostré el otro día en nuestra llamada y cada un par de días las repaso, para sentirlas familiares. Leí las entrevistas que transcribiste, he conversado de este tema con Francisca y junto a ti hemos explorado las múltiples dimensiones de este territorio en varias oportunidades. Sin embargo, hay todavía un sentimiento inicial, instantáneo, que no quiere abandonar mi abdomen y mi garganta, que no quiere dejar la parte superior de mi espalda y que se desplaza hacia mi nuca. Un estremecimiento primario, una sensación de quitar cuanto antes la mirada, dejar todo y salir corriendo.

    Me acusé, inicialmente, aunque dejé esa idea de lado.

    Pensé en ocasiones entrenar la suspensión de esa sensación, de una manera similar a cómo debe combatirla el estudiante de medicina la primera vez que le toca enfrentarse con un cadáver para conocer su anatomía, o al aplicar un procedimiento en medio de una emergencia. Los rostros de tus retratadas y retratados han quedado fuera del encuadre siempre que has podido, cómo las telas con que los cirujanos cubren el cuerpo del paciente en la sala de operaciones. Un encuadre preciso del área en donde las manos del doctor se abrirán paso hacia el interior de su cuerpo. Separando con disciplina la posibilidad de mirar el rostro y el resto del cuerpo de quién va a ser intervenido, así como eliminar la posibilidad de éste de tener una imagen clara de su propio cuerpo.

    Aunque lo segmentado, lo corporal y el cosido presente en tu trabajo, ciertamente comparten elementos con el imaginario de lo quirúrgico, hay en la gestualidad mínima que nos ofrecen los retratados en lo estrecho del encuadre, una evocación a la ternura. Una reivindicación conjunta que busca salir de los sentidos posibles de un régimen sanitario que les ha castigado sin excepción. De poder explorar esta región contradictoria, problemática de su cuerpo, de sus historias personales, de su identidad; hacia un lugar en donde la desnudez sea posible.

    Se configura en esta Apertura un espacio intermedio. El investigador Alan Radley1 escribe sobre la representación de la enfermedad y el sufrimiento, preguntándose por el estremecimiento al presenciar este tipo de imágenes y el momento de huida en la observación de aquellos que habitan en la enfermedad. Al escapar con la mirada, señala, el observador completa el acto de interpretación, reconociendo lo imaginario, lo fabricado de la experiencia de la que se rehuye, quedando atrapado en un territorio que yace entre aquello que se presenta frente a nosotros y lo propio inexpresable. No necesitamos conocer las historias de estas personas para que se produzca en la parte de atrás de nuestra cabeza, en nuestro abdomen, en nuestra propia piel, un relato completamente inventado, pero no por eso menos cierto.

    La piel se abre y la definición se suspende. Tanto el cuerpo del afectado como aquellos que lo rodean entran en un campo de ignorancia que debe ser superado cuanto antes. El tejido hace lo que puede, se sale de su metabolismo habitual para restituir un tramado, aunque sea provisorio. Llenar ese vacío cuanto antes sea posible, a pesar de la posibilidad de una geografía accidentada, llenar de sentidos la historia personal y colectiva. Ocultar ese relieve, colocarle un nombre, sostenerlo como emblema. Hacer cualquier cosa con tal de cerrar la brecha, de completar un discontinuo que nos deje a la deriva del exterior. De las ecologías bacterianas, de la brutalidad de nuestra vida colectiva. Salir corriendo hacia cualquier parte.

    Sin embargo en tus fotografías el tiempo es otro. Observar esta colección se puede entender como un ejercicio similar con que las ciencias de la tierra se enfrentan y describen las formas del paisaje. El investigador encuentra un corte estratigráfico y revive, desde un presente completamente estático, un pasado que se relata a velocidades radicalmente diferentes unas de otras. En cien mil años un glaciar creciendo avasalló el bosque y desplazó las montañas convirtiendo todo en un desierto blanco, en una semana la ceniza del volcán, en un minuto un terremoto. Frente a tus imágenes, accidentes sorpresivos y padecimientos crónicos, incisiones deliberadas, postergadas y padecimientos latentes que de pronto emergen a la superficie, instantes y extensiones entretejidas entre sí.

    Me permito entonces, esa presión insistente de vientre y garganta que no deja de aparecer en el momento en que mi imaginación toma contacto con esta colección. Si bien toda imagen, por abstracta que sea, establece con les observadores un diálogo desde lo corporal, es particularmente difícil pensar con honestidad en esta obra sin hacerlo desde como estos relieves, estas marcas de historias que no conocemos, se inscriben en uno de manera táctil, como una extensión de nuestra propia dimensión sensorial.


II.


    Verónica: Hace unas semanas hablábamos de lo que sentías cuando te referías a la idea de Apertura, al momento de enfrentar tanto el proceso de fotografía como los patrones que estás componiendo sobre las imágenes impresas. A través de la cámara me hacías un gesto con tus manos. Con los dedos extendidos, recogías delicadamente el tejido de una piel que imaginabas en el aire, frente a tu rostro, gradualmente introduciendo una tensión sobre esta, abriendo la carne.

    A pesar de la suavidad que incorporaba el gesto visual, me envuelve un gran pudor reproducir una situación análoga desde las palabras. No soy capaz de volver a abrir ninguna herida de tus retratados.

    Abrir una cicatriz, aunque sea una operación imaginaria, abrirla en retrospectiva, para ser testigos de su formación o para simular o recrear el instante del corte, es lidiar con una situación de desborde difícil de dimensionar. Similar a como se plantea la arquitectura de los sitios de memoria, es bueno tomar una buena distancia en los recursos que representan o aluden a lo sucedido, que contienen y manipulan aquello que conduce al trauma. Establecer una forma de tacto adecuada ante un tejido social y subjetivo que ha sufrido un daño.

    Creo que la foto de Cristina es un buen punto de partida para indagar en el gesto que propones, tratando de distinguir sus contornos.

    Hay en estas imágenes una situación intermedia. Una ambivalencia, digamos, entre la narrativa personal de les retratades y el interés por el hecho biológico; o por lo menos a lo que corresponde a la dimensión propiamente material de la cicatriz, donde esta última asume un protagonismo mayor; a contrapelo de lo que podríamos esperar al aproximarnos de manera espontánea a un tema como este, en donde el relato de los hechos secuestra de inmediato toda la atención.

    Desacoplado, me parece una expresión apropiada para describir la tensión que propones con tus imágenes entre estos dos polos. En donde la narrativa de los retratados ha sido transportada hacia otro lugar, quizá suspendida, manteniendo sin embargo la marca ineludible de su origen, una vinculación análoga entre dos dimensiones.

    A diferencia de un distanciamiento, en el sentido de Brecht, no es un cambio de percepción hacia lo abstracto, hacia una actitud crítica que abarca lo material en una especie de laboratorio mental. Un proceso de desalienación ideológica2 en donde el espectador se transforma -o se le busca transformar- en un sujeto histórico. No. Esto es un cambio de fase que lidia con lo corporal, el cruce y la negociación entre pulsiones más elementales y complejas.

    Cristina mira hacia la cámara, aunque como espectadores no somos capaces de corresponder ese gesto, dado que los ojos han quedado deliberadamente fuera del encuadre. Sin embargo, tanto su boca como la postura de sus manos nos hablan de la operación social que hace posible este tipo de mirada. Una intimidad breve, peligrosa de corromperse. En donde la retratada, vulnerable, se dispone a la ignorancia del resultado de la imagen que se está produciendo. Sin embargo, con la noción de que en este intercambio, existe la oportunidad de poder compartir una parte de su vida habitualmente excluida en los intercambios sociales, en los discursos y las miradas de los otros para con ella.

    En el centro del encuadre se despliega su cicatriz, floreciendo casi como una insignia, con una luz lateral que la modela para destacar su relieve accidentado, el que contrasta al continuo de su piel.

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    Todo aquello que se muestra y lo que es observado en torno a la enfermedad concierne a la medicina, a la institución médica, dice Alan Radley3, tomando en cuenta su doble función en la sociedad, como ámbito de conocimiento científico y como institución sanitaria. Interviniendo tanto en el sentido explícito, en la administración de los cuerpos, como en la implantación de un imaginario cargado de sesgos. Una red de discursos planteados desde los sanos hacia los enfermos, partiendo por la construcción constante de esa dualidad, de esa "frontera" en palabras del investigador.

    Frente a mi una composición fotográfica en un artículo académico sobre las bases de la cicatrización4. En las imágenes, un adolescente de 15 años --según indica el pié de foto de la publicación original-- que presenta una gran red de cicatrices producidas por quemaduras que se esparcen por todo el lado izquierdo de su rostro y a lo largo de todo su torso, desde las clavículas hasta su ombligo, en un tramado de queloides que tensionan en todas direcciones, brillando frente a la brutalidad de un flash frontal.

    Al momento de editar la imagen para la publicación, sobre sus ojos se le colocó un rectángulo negro.

    Como Cristina, el joven mira hacia la cámara; como espectadores tampoco somos capaces de corresponder el gesto. En esta imagen, sin embargo, el anonimato es sustancialmente diferente. La narrativa de este joven ha sido removida de la imagen. Removida, como el laboratorio sanitiza y se separa de su contexto para ser capaz de describir un solo fragmento de la realidad, tratando de construir con esta una imagen-tipo, una representación que salga de lo contingente: de este caso en particular, de esta persona con su narrativa específica a su propia vida, en lo externo y subjetivo. Remover todo lo que entorpece el metabolismo acelerado de la producción de conocimiento.

    Pero esta extracción no solo intenta desplazar la imagen de esta persona desde un espacio contingente hacia uno abstracto, sino que también priva a este joven la posibilidad de ser visto, de ser considerando en cuanto persona. En el libro en donde se encuentra esta fotografía5, que abarca la temática de las cicatrices desde muchas perspectivas de la disciplina médica, en más de 700 páginas, hay efectivamente algunos retratados y retratadas cuyos ojos están descubiertos y su expresión está disponible para ser observada. Sin embargo estos se muestran solo en el contexto de casos exitosos de cirugías plásticas. Es decir, mostrar la expresión de una persona viviendo con cicatrices no está excluido como posibilidad dentro de este lenguaje, siempre y cuando esta representación esté ubicada en el pasado, como un cuerpo que ha sido manipulado exitosamente por la institución médica y por lo tanto se le permite el tránsito hacia el otro lado de la frontera.

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III. 


    Si miramos la manera en que la literatura científica describe la respuesta del cuerpo a las heridas y el proceso de cicatrización a una escala microscópica, para entender de qué se trata la cicatriz desde su materialidad, nos encontramos con formas y sesgos parecidos a los descritos anteriormente. La herida ahora flota en un espacio sin cuerpo, sin que nada la estorbe, con las estructuras que la componen dispuestas para una mirada omnisciente como si se tratase de un corte geológico.

    Insistiendo en la idea de Apertura, he estado buscando una manera de acercarme a esa materialidad, de encontrar la situación indicada, tratando de experimentar las relaciones del desacople y la conversación entre lo narrativo y lo biológico, un diálogo entre dos maneras de entender lo interior.

    En un comienzo pensé en hacer el ejercicio conmigo mismo.

    Con cuatro o cinco años jugando con mi hermana me di en pleno rostro con un pequeño rosal recién podado. Una varilla llena de filosas espinas, una de las cuales rajó y se enterró justo arriba de mi ojo izquierdo, luego de salir volando desde un resbalín improvisado hecho con un tablón sobre el medidor de agua.

    Sin ser un accidente particularmente dramático, ni visualmente una cicatriz interesante de mirar, mi piel marca a su vez en mi memoria una especie de hito. Esta cicatriz, ya una pequeña banda, como una pincelada que por lo general queda oculta por mi pelo, ha sido una manera de acceder al único recuerdo que tengo claro de esa primera infancia. El único tangible, más táctil por decirlo de alguna manera. En un período de nuestra vida familiar en donde poco tiempo después nos dimos con un abismo de la noche a la mañana, imposible de navegar en ese tiempo y en donde toda la historia hacia adelante de pronto se vuelve insalvablemente opaca. No vale la pena aquí hablar de eso, en todo caso, no tendría como hacerlo.   

    Es otoño, el brillo de la ampolleta amarillenta me quema la vista mientras mi madre me sostiene la cabeza y me aprieta fuertemente la herida, haciendo una pinza con sus manos. Afuera ya están por encenderse las luces de los postes, siento el azul entrando desde afuera. Una conversación entre mis padres en el dintel de la puerta de la cocina, la urgencia queda lejos, no se ponen de acuerdo si la idea de subirse al transporte público a esa hora con un hijo ensangrentado en realidad merece la pena.

    La imagen se detiene. Me imagino sentado en el comedor, mirando la escena. "Que joven que está mi mamá"--pienso. Me acerco a ambos, extrañado. Todavía puedo sentir la tibieza del cuerpo de mi madre. Me observo a mi mismo y no puedo evitar tener un sentimiento paternal, algo que no esperaba de pronto se hace completamente evidente.


    Mi hija Alicia tiene un año ocho meses y ya salió corriendo de nuevo hacia el patio de atrás. En la medida en que su desarrollo le ha permitido una mayor movilidad--de rodar, arrastrarse, pararse, caminar y ahora último correr y escalar; hemos sido testigos como padres de como nuestros sentidos y percepción corporal se han ido transformando,  intentando hacerse cargo de su fragilidad. Escucharla, tocarla, mirarla, sostenerla y sentir su peso; las contracciones de su cuerpo de tensión y de ternura. Estamos unidos, inevitablemente, definitivamente unidos, aunque como padre y madre no nos quede otra cosa que observar como a cada momento crea y absorbe mundos en donde siempre estamos tres pasos más atrás.

    La Alicia desaparece un par de segundos y de manera automática nuestro oído comienza a dibujar un mapa con sus pasos y los pequeños sonidos, que aprendimos a distinguir por la bulla de la calle y las casas vecinas. De las sillas metálicas del comedor al ventanal que da al patio, los juguetes de madera y los colgadores de ropa. Todo tiene una resonancia y sensaciones de peligro distintas, que inmediatamente se sienten en el abdomen como pequeños espasmos. Entonces escuchas el primer grito, pero ese no es el más importante. Luego de una pausa, con el segundo grito se conoce realmente la gravedad del asunto: si es una frustración, una molestia o una situación de real emergencia.

    Hace unas semanas, mientras tomaba una pausa del trabajo en el antejardín, la Alicia se tropezó frente a mí. Antes de que pudiera atajarla, se dio con todo su peso muy duro en la rodilla izquierda en el suelo de cemento. El silencio entre el primer y el segundo grito fue particularmente largo, la sangre brotaba rápidamente por por su piel, que a contraste, se veía más blanca que nunca.

︎

    Mi cuerpo es su cuerpo y la herida que se acaba de producir es definitivamente la mía, la nuestra. Sin embargo, hacer esta afirmación, tanto para mi como para su madre no ha sido un acto automático. Fue una labor deliberada, que se ha ido cultivando a lo largo de todo este tiempo y que está en constante transformación, no ausente de desgarres, fracturas y reconstrucciones.

    El apego, en su definición más sencilla, es la idea de que para el desarrollo sano de la infancia, es elemental cultivar una vinculación afectiva que se desarrolle primeramente desde lo físico, en donde el tacto, con su amplio lenguaje y sus ideas propias, ocupan un lugar protagónico. A pesar de parecer una noción completamente intuitiva, su aceptación oficial fue relativamente reciente por parte de las ideas hegemónicas y políticas que rigen y manipulan los cuerpos. No fue hasta luego de la Segunda Guerra Mundial, ante la urgencia de hacerse cargo de la multitud de niños huérfanos que aparecieron a consecuencia del conflicto, que una nueva generación de investigadores lograron, en base a un enfoque más empírico, superar tanto la herencia de las instituciones religiosas, como los malentendidos de la teoría psicoanalítica, que en una operación reduccionista asoció toda la gestualidad y la relación táctil del bebé con sus padres y cuidadores a una idea de proto-sexualidad que debía ser debidamente contenida.

    Podemos inscribir el apego y con ello las sensaciones descritas anteriormente en el concepto marco de la inter-encarnación, propuesto por Sara Ahmed y Jackie Stacey6, recogiendo una corriente de pensamiento interdisciplinario contemporáneo, que transita entre la antropología, la crítica cultural y los estudios de género. En primer lugar, este concepto invita a suspender el sesgo dualista que coloca a la piel como una barrera física y psíquica que nos separa herméticamente de lo otro. La piel es un borde inestable, por lo tanto nuestra existencia dentro de esta nunca es un asunto privado, sino que está en inevitable, constante intercambio.

    El tacto, elemento central en esta articulación, aparece como un acontecimiento reflexivo7, paradójico, según la fenomenología de Maurice Merleau-Ponty, figura clave dentro de esta corriente de pensamiento. Este autor propone un experimento sencillo para explorar esta cualidad. Al darse la mano con otra persona, al observar con detención esa sensación, podemos distinguir un fenómeno doble: al realizar esta acción podemos sentir al mismo tiempo el tocar al otro, con el ser tocado, sentir la superficie y la profundidad, sentir al otro y sentirse uno mismo. De manera encadenada somos sujetos activos y pasivos dentro de la acción, lo cual distingue al tacto del resto de los sentidos.

    Esta idea no está llamando la atención simplemente de nuestro constante contacto y tránsito con otros cuerpos, sino como ese contacto hace que la frontera entre el uno y lo otro se vuelva más plástica, colocando en crisis la idea monolítica del yo que ha estructurado la psique en nuestra cultura desde hace siglos.

    Inter-encarnación o inter-embodiment desde el inglés, tienen una traducción complicada. Entre la idea de la carne y el cuerpo, el encarnarse y el corporalizarse (término que no existe en nuestro idioma) hay ciertamente una distancia, sin embargo, en mi opinión el malentendido se complementa. Etimológicamente ambas provienen de un imaginario cristiano, en donde el espíritu transita desde un lugar no-terrenal, no-material, hacia lo físico, ya sea en el cuerpo (body) que lo mantiene en una dimensión más abstracta, más categórica digamos. Por ejemplo, la expresión body of work, el cuerpo de obra relativo a un conjunto, o el Cuerpo de Bomberos, alusivo a una organización; frente a la encarnación que hace alusión a una dimensión más háptica, más táctil, en donde el espíritu se hace carne, en donde un personaje que vive solo en el texto se hace carne en el personaje, pero también, según la entrada del diccionario8, como el proceso en donde una herida "cría carne" en el proceso de su sanación.

    Esta condición, sin embargo, no solo está haciendo alusión a los cuerpos que efectivamente se tocan, sino también a la proyección de lo táctil en las distintas instancias e interfaces sociales, visuales e informáticas a través de la cual nuestro cuerpo se proyecta. Ya hace varias décadas se conoce9, basado en evidencia experimental, como la percepción del propio cuerpo es de una naturaleza plástica y maleable, siendo la construcción de nuestra imagen táctil del mundo un producto del diálogo entre nuestros distintas entradas sensoriales, pero sobre todo la llamada sensibilidad contextual (Context-sensitivity), en donde el contexto social, involucrando la disposición de las personas en el espacio, los agentes mediadores, las relaciones de poder, y otros factores pueden cambiar completamente la manera en que una persona se comporta, se relaciona con otros, construye la imagen de sí mismo y desarrolla una experiencia física.

    El gesto de Apertura vendría a ser una operación en donde se proyecta una relación de inter-encarnación, en cuanto propone de manera protagónica un rango de lecturas que aluden a lo táctil, proyectando desde lo imaginario la reflexividad propia de este sentido.

    Miro tus imágenes, Verónica y pienso a través de las heridas de les retratados y retratadas en lo rota que está nuestra mirada. Nuestra negligencia colectiva hace no solo que aparezca una repulsión sin palabras como una primera emoción espontánea, al estar en presencia de un cuerpo herido, sino que dicha emoción, al asentarse en nuestra mente, se termina transformando en una mala conciencia. En donde el anhelo de ser parte de tu mirada, de corresponder esa intimidad frágil, se vea en peligro por nuestra propia agencia, nuestra propia mirada-cicatriz.

    En medio de la contaminación de los medios y algoritmos, de los administradores del deseo. Lenguajes y normativas sociales explícitas y tácitas que tenemos instaladas tan adentro nuestro, que nos cuesta distinguir su construcción, su manufactura, sintiéndolas muchas veces como un hecho natural. Y es porque lo son. Las cicatrices nos enseñan lo equivocados que estamos al juzgar desde la distinción entre lo espontáneo, nuestro tramado original; de los esfuerzos y tejidos que se reconstruyen ante lo contingente, haciendo lo que se puede en el tránsito de esta sociedad hiriente.

    Tus imágenes nos miran de vuelta, son un espejo. Nos enseñan que aunque no lo queramos, nuestra mirada muchas veces no es un lugar seguro.

    Un reflejo, sin embargo, oportuno. Vivimos en medio de una pandemia que no tiene punto de término a la vista, y que a lo largo de los años ha ido modificando su condición de acontecimiento social, desde la percepción mundial colectiva de estar viviendo un evento extraordinario que nos exigía grandes sacrificios, argumentando su espacio de tiempo limitado; hacia una situación en donde gran parte de tales sacrificios se van convirtiendo en un requerimiento permanente y el horror de sus consecuencias en una circunstancia natural que debemos asimilar o por último ignorar10. En ese contexto, nuestra relación con el cuerpo ha sido una de las más afectadas. Ensayando sobre la pandemia, Žižek señala11 varios puntos en donde la falta de colaboración y de confianza entre la población, sus autoridades y las naciones entre si, han provocado una tormenta perfecta para la expansión del contagio, siendo la distancia social una de las pocas medidas en donde ha existido un relativo consenso, una colaboración casi total en la humanidad. No sin un sentido de ironía, claro está, dado que una de las pocas cosas que nos ha convocado es la idea de que es necesario separarnos, establecer una distancia entre todos nosotros, recluyendo el cuerpo a una serie de interfaces mediadas con tal de no frenar la urgencia insaciable de la producción. Hacia finales de 2020, cuando ya se conocieron las fatales consecuencias sociales y subjetivas de esta infección y sus medidas, desde los estudios de salud pública, buscaron hacer un llamado12 para reemplazar el término "distancia social" por "distancia física". Pero el daño ya estaba hecho. El término, por su emergencia y la severidad con el cual fue instalado de parte de las autoridades, ya se alojó en lo profundo de nuestro imaginario actual. Uno de los componentes principales dentro de una crisis de salud mental cuyas dimensiones todavía no somos capaces de predecir.

    Tocar al otre enferma. Acercarse, compartir un ambiente nos hace sentir pánico. Miramos al otro y nos ponemos a pensar en todas las personas con que se ha cruzado durante el día, con quienes ha compartido el aliento. Y la verdad es que como humanidad entera compartimos el mismo aliento, nuestros cuerpos están encarnados, encadenados, unos a otros, por más que se hay instalado en nosotros la necesidad de repelernos.

    El desacople al que invitan tus imágenes en este gesto de Apertura, es en primer lugar --quizá sin quererlo-- el desacople de nuestra contingencia, tensionar con el higienismo pandémico y con nuestros sesgos; a partir de ahí explorar las múltiples capas de nuestra propia percepción cicatrizada. El desacople también de la narrativa de los retratados y quizá de la nuestra propia, indagando en estos relieves como un nuevo territorio, la superficie de un sistema, una ecología microscópica, subjetiva, política y societal. Observar la cicatriz como la borra del café ante los ojos del vidente, una abstracción dispuesta para la imaginación.


IV. 


    Recuerdo sostener a mi hija que apenas apoyaba sus piernas en el lavamanos, mientras le limpiaba la herida; sus brazos moviéndose para cualquier lado, tratando de impedirlo. El pequeño espejo del baño la encuadra en un lenguaje similar al de tus imágenes. La fotografío con mi memoria, en medio de la urgencia. Mi mirada se centra en su rodilla izquierda, que se mueve cada vez más lentamente hasta quedar completamente detenida; el sonido de su llanto comienza a disiparse, dejando una reverberación en el aire. El tiempo se ha detenido. Imagino el reflejo del pequeño espejo que comienza a deformarse como si fuera un lente de aumento. Me acerco.

    Explorar los eventos que participan en esta parte de la historia implican un cambio de escala. Vale la pena imaginar lo pequeño como grande, pudiendo usar un lenguaje que en toda su riqueza y complejidad, tiene por sobre todo palabras para describir aquello que está al alcance de nuestras manos, lo que podemos abarcar y hacernos parte con nuestro propio cuerpo.

Extienda uno de sus brazos. Desde la punta de los dedos, en algún punto entre el esternón y la axila hay un metro. Trate de pensar en todos los objetos que caben en ese espacio y el significado que estos tienen para usted. En ese espacio cabe una silla para esperar a alguien, puede ser un espacio en la cama donde puede echarse una siesta o hacer el amor. En metros se mide espacio entre su habitación y la del vecino, así como la propiedad que pagamos todos los meses al rentista. Mucho de lo político y casi todo lo interpersonal se mide y se piensa en metros. Ahora recoja su brazo hasta que frente a su vista queden los pelos de su antebrazo, ojalá definidos a contraluz. Trate de tomar uno con sus dedos, quizá puede torcerlo suavemente, cosa de tener la posibilidad de sentirlo, presionándolo con la yema de sus dedos. El diámetro13 de un pelo humano varía entre los 25 y 50 micrones, aproximadamente cinco veces más grande que el espacio que ocupa un núcleo celular, la unidad básica de la vida.

    En un metro caben un millón de micrones. En ese rango, casi indescriptible, prácticamente fuera del dominio de nuestras sensaciones y por lo tanto fuera de nuestro sentido espontáneo, ocurre lo múltiple: es el espacio de los tejidos celulares, las bacterias y los virus. Considerar esa escala es encontrarse con los basamentos de la estructura y la química que reconocemos como sistemas vivos. Todo lo que nos define y articula como sociedad y como ecosistema se expresa, evoluciona, crece y colapsa a partir de interacciones que caben en esa dimensión.

    Al imaginar una herida a esta escala es difícil no salir de las metáforas de una ciudad bombardeada, o al menos de un edificio en demolición. La piel es un tramado de compartimentos dentro de compartimentos, entretejidos por un andamiaje de colágeno que le da estructura y resistencia frente a la tensión.

    Al imaginar una herida a esta escala es difícil no salir de las metáforas de una ciudad bombardeada14, o al menos de un edificio en demolición. La piel es un tramado de compartimentos dentro de compartimentos, entretejidos por un andamiaje de colágeno que le da estructura y resistencia frente a la tensión. Dentro de la diversidad de su tejido celular, la piel encapsula, siente su entorno, se renueva constantemente, tiene un rol clave en la regulación de la temperatura del cuerpo y dialoga con una comunidad bacteriana, estableciendo relaciones de beneficio mutuo.

    Ante el desastre, una cantidad incalculable de partes y piezas de la maquinaria molecular que hacen posible todas estas funciones, son esparcidas por el espacio abierto de manera aleatoria, confundiéndose en medio de la sangre que comienza a brotar desde los vasos rotos, inundando todos los espacios.

    Para las bacterias que vivían sobre la piel, acostumbradas a una dieta frugal y un equilibrio general, este acontecimiento se les presenta como un banquete, una entrada de nutrientes que abre la posibilidad de un crecimiento explosivo, como ocurre por ejemplo a una escala macro con la introducción de especies invasoras a ecosistemas nativos, o los florecimientos algales15. Las células están todo el tiempo conversando unas con otras en su lenguaje químico, en cadenas de información que les permiten su regulación, inhibir o estimular el crecimiento, la reproducción, el movimiento y todo su quehacer. Al romperse los vasos sanguíneos se libera por toda el área una gran cantidad de pequeñas proteínas mensaje llamadas citoquinas, que dan inicio a la respuesta inmune, la movilización del cuerpo para retener y recomponer el tejido dañado.

    Al describir estos fenómenos, vale la pena observar su lenguaje, dado que cuando las metáforas de nuestro mundo social y político entran a designar lo microscópico; cuando la experiencia y historia de lo que ocurre en la escala del metro, se usa para definir las cosas que ocurren en la escala del micrón, arrastran consigo sus sesgos y cargas ideológicas, propias del tiempo en que fueron acuñadas.

    La antropóloga Emily Martin16, observando publicaciones y haciendo trabajo de campo con investigadores de esta área, habla de una idea del cuerpo idealizado como un estado-nación, entendiendo la contingencia histórica del término, observando que "una imagen presente en virtualmente toda la literatura científica sobre el sistema inmune es la distinción entre el uno y el otro17, una definición que es mantenida por una defensa basada en matar a ese otro"18. De esa forma, en procesos moleculares muchos más antiguos que nuestra geopolítica contemporánea, que la civilización o que la evolución misma de los homínidos modernos, aparecen términos como "invasores" en el caso de las bacterias u otros patógenos, se habla "inteligencia militar" para definir a la memoria inmune y "asesinos naturales" con el que se denomina de manera oficial a un tipo de célula. 

    Incluso, en palabras de la autora, se encontró con descripciones que sugerían una jerarquía sexualizada de diferentes tipos de células, en donde por un lado las células T "penetran heroicamente" al enemigo, mientras células como los macrófagos, que "engullen y limpian" a otras bacterias y restos celulares se las feminiza, siendo "devaluada su labor (, considerando esta) como ordinaria y mortal".

    Frente a estas nociones, un concepto más apropiado para entender la curación de heridas y la relación con las comunidades bacterianas es la oposición entre las ideas de Simbiosis y Disbiosis. Esta última se define como un antónimo de la anterior, describiendo el quiebre en el equilibrio y relaciones de codependencia de un sistema ecológico, una "ruptura de la comunicación entre especies diferentes"19, que coloca en riesgo el sustento mismo del sistema. A pesar de que hayan fronteras y compartimentos entre las comunidades bacterianas y seres humanos, hay una línea continua de interacciones, de intercambios que evolutivamente resultaron mucho más beneficiosos que la idea artificial de la separación, el combate y la dominación. La llama "invasión bacteriana", bajo este entendimiento, puede ser interpretada como el cambio repentino de un contexto que debe ser controlado, careciendo estas situación de la agencia y voluntad propiamente humanas20 que están asociadas a las palabras relativas a la dominación y a la guerra.

    Volvamos a la herida. Las citoquinas y otras señales activan una serie de mecanismos en los tejidos circundantes. El objetivo en primer lugar es dejar de perder sangre. Por una parte, las células que componen los vasos sanguíneos tensan su citoesqueleto21 para contraerse y reducir la velocidad de la hemorragia. Las plaquetas, partículas presentes en nuestro fluido sanguíneo, desarrollan una reacción en cadena en donde se activan mutuamente al sentir el tejido roto, cambiando de una forma compacta a una más alargada, adhiriéndose al andamiaje de colágeno y entre si misma, comenzando a formar un tapón. La química de la sangre se altera, proteínas y compuestos que no tenían mucha participación, de pronto comienzan a realizar intercambios frenéticos para transformarse de manera radical, lo más rápido posible. Una sustancia cuya cualidad fundamental es ser fluida, moviéndose a través del cuerpo sin interrupciones, se convierte de un momento a otro en una sustancia espesa y finalmente sólida, que estabiliza una hemorragia justo en el lugar en donde debe hacerlo. En la literatura académica a este tipo de reacción múltiple se le denomina cascada, un proceso en donde juegan muchos actores de manera precisa y por qué no decirlo, brutal.

    Se formó la costra. Ya pasaron un par de horas y la Alicia está acurrucada en el sofá mirando un capítulo más que repetido de "Peppa Pig", con una mamadera de leche tibia entre sus manos y un gran parche que a penas se dejó poner en el lugar de la herida. La miro escondido desde la cocina, todos necesitamos una pausa.

    No es la primera vez en que siente dolor, pero si el primer momento en que ella fue testigo de que su cuerpo tiene la capacidad de romperse, de abrirse. La primera vez en darse cuenta de que tenemos un adentro y es más frágil de lo que inicialmente parece. "Oh… yayas", aprendió rápido a decir, mientras le cambiábamos el parche a la hora de acostarse. "Oh… yayas" repetía, buscando que otras cosas podía designar con esa emoción, que entona siempre con una frase entre compasiva y decepcionada. Hasta ahora todo tiene yayas: los lunares de mamá, una grieta en la muralla, la corteza de un árbol viejo también tiene yayas. Todo brote irregular puede ser el reflejo del dolor que sintió. Su mundo de pronto adquirió un sentido de fragilidad. No tiene sentido corregirla.

    Como podría esperarse, la costra tiene una arquitectura de represa. Las imágenes microscópicas que están disponibles nos muestran a una multitud de células rojas apiladas como en un depósito de chatarra, unas naves futuristas, con su formas curvadas, hidrodinámicas, atrapadas entre la red desordenada de fibrina, informe, como un cuadro de expresionismo abstracto. "Lo primero que te salga". Cierro los ojos y me acuerdo de los primeros momentos siendo padre. El amor está, se ha criado durante meses en la expectativa, pero la formación del apego primero se tiene que hacer cargo de las coordenadas de tu vida, que de pronto se desgarran, teniendo que correr como se pueda para enmendarlo, encontrar una manera de contenerse y abrazar una realidad completamente nueva, disponiendo un tejido improvisado. Sentir y actuar con lo primero que te salga.

    El sistema inmune no tiene centro, no es el entramado de raíces que componen los nervios o los cuerpos monolíticos del hígado o el sexo. Su virtud reside principalmente en la transformación, en un estado por definirse según la contingencia. Sus células se reparten por todo el cuerpo, migrando, esperando, recordando sucesos pasados y reaccionando a la emergencia.

    No es un ejército que esté en guerra con nadie, menos una policía, sino la afirmación de que en torno y dentro del cuerpo hay una ecología, un sistema no lineal de interacciones con el cual convivir, pero que también se debe regular.

    Es decir, reaccionar a perturbaciones que están fuera del ámbito de la intención. No es como eliminar a un invasor que quiere ingresar en nuestro cuerpo, sino como procesos que se toleran, se promueven o se inhiben.

    Desde el momento en que se forma la costra, comienza lo que se conoce como la respuesta inflamatoria, en donde concurren distintos actores a la escena. Las señales químicas enviadas en el momento mismo de la herida ya han entrado en el torrente sanguíneo y han atravesado distintos tejidos, atrayendo gradualmente a una progresión de actores del sistema inmune. Los primeros que acuden son los neutrófilos, pequeñas células que tienen la capacidad de migrar a través de tejidos y vasos sanguíneos, siguiendo la concentración de citoquinas, hasta llegar al sitio de la herida, siendo la primera línea de respuesta frente a las bacterias patógenas.

    ¿Pero cómo reconocer a ese otro?

    Adheridas sobre las membranas de los neutrófilos (así como de otras células inmunes) se encuentran miles de estructuras como las de la imagen, llamadas receptores TLR22, las que tienen la capacidad de "sentir" químicamente una serie de patrones presentes de manera general en muchos virus y bacterias. En algún recodo de los arcos curvados descritos en este modelo tridimensional, dichos patrones bacterianos calzan como si fuera una llave y una cerradura, como el tacto que de pronto se encuentra con un relieve conocido, colocando a la célula en un modo de alerta, dando inicio a una serie de mecanismos para destruir a la bacteria.

    Desde la escala de los micrómetros (una millonésima de metro) hemos dado el salto hacia la escala de los nanómetros, dividiendo cada micrón en mil partes iguales. Aquí las palabras sentir, discriminar, activar, transitar, son expresadas finalmente en moléculas que se atraen y se repelen, se cargan de energía y la liberan. Estructuras que se mueven, se tuercen y se adaptan de maneras tan múltiples, que hasta el momento simular su comportamiento es un desafío, recién abarcado por los proyectos de supercomputadoras e inteligencia artificial más intensivos y sofisticados. La descripción de estos cursos de acción químicos, los cuales definen finalmente los verbos fundamentales de la vida, acumulando una deriva natural de miles de millones de años de historia natural, son fragmentos de un rompecabezas que aún está lejos de completarse, al menos con este grado de definición.

    Entre dos y tres días, la población de células comienza a cambiar, predominando los macrófagos. A la vista de un microscopio de barrido de electrones23, tienen el aspecto de una esfera un tanto deforme, recubierta de pétalos plegados en todas direcciones, los que ocupan para moverse, sentir y rodear. Estas células tienen dos funciones principales. Por una parte, continúan con la desinfección del área de la herida, rodeando y engullendo bacterias, para luego compartimentarlas y destruirlas con potentes enzimas, para terminar con cualquier amenaza que obstruya la reconstrucción del tejido. Por otra parte, los macrófagos liberan factores de crecimiento, mensajes químicos que estimulan y regulan a los agentes relacionados con la reconstrucción del tejido, en cuanto la amenaza de infección haya sido controlada. Por una parte, se activan las células colindantes a la herida para que aceleren el proceso de mitosis y migración de las nuevas células intentando cerrar el espacio dejado por la herida. En paralelo, los factores de crecimiento estimulan el sistema circulatorio, estimulando el crecimiento de nuevos vasos sanguíneos que llevarán nutrientes y oxígeno a los nuevos tejidos.

    Pasando los días, guiados por estas mismas señales químicas, el lugar de la herida comienza a poblarse de fibroblastos, cuya función clave es reconstruir la matriz extracelular: el andamiaje tridimensional que sostiene y da estructura a las células de la dermis.

    Frente al microscopio de inmunofluorescencia24, estas células aparecen como arañas, o soles de mar, con un gran citoesqueleto como una red que se extiende por todo el espacio tridimensional, migrando a través del andamiaje provisorio proveído por la fibrina en el primer proceso de coagulación, con la tarea de reemplazarlo.

    Podríamos decir que todas las estructuras dentro de la célula son tejidas. Cerca del núcleo, diferentes vías químicas activan a agentes que buscan el gen indicado, que no es más que un largo cordel molecular, el cual se transcribe en otro cordel mensajero más sencillo (el ARN) el cual llega finalmente al ribosoma, el gran tejedor, uno de los complejos moleculares más grandes e importantes de la célula, que usa esa información para construir todas las estructuras de esta a partir de moléculas más sencillas. El colágeno en su unidad más básica parte como una trenza de tres hélices moleculares que se tensan sobre si mismas. Luego de transitar y madurar en distintos contenedores de la célula, es secretada hacia el exterior, en donde se vuelve a trenzar fibra con fibra, creciendo de manera regular y ordenada, hasta componerse en amarres de miles de unidades de gran fuerza tensil, las cuales comienzan a llenar el espacio, reemplazando el primer andamiaje por la sustancia brillante y fibrosa de la cicatriz. A lo largo de este proceso, que puede durar entre semanas y meses, el colágeno se va depositando en el lugar de la herida, progresivamente tensándose y acomodando sus fibras, pasando desde una sustancia blanda y sin forma, madurando con el tiempo la solidez de la cicatriz.

    En este punto, los investigadores que estudian la formación de las cicatrices, su biomecánica, usan para explorar esta área aún "elusiva" la idea de tensegridad25, concepto que toman prestado desde el arte y la arquitectura, para describir el proceso de autoensamblaje con las cuales se ordenan varias estructuras del cuerpo.

    El término se refiere a un sistema que se estabiliza mecánicamente a si mismo, debido a la forma en que las fuerzas de tensión y compresión están distribuidas y balanceadas entre la estructura.26

    La solidez que la tensegridad le otorga a un cuerpo no se debe a la fuerza de sus miembros individuales, sino a la manera en que esta distribuye el estrés, transmitiendo las tensiones externas a través de las unidades que lo componen.

    Desde las artes y la arquitectura este concepto fue utilizado y popularizado por el diseñador, arquitecto y futurista Buckminster Fuller, quien basó su obra en el uso inteligente y liviano de sus materiales, como una manera de imaginar un futuro desde valores de lo etéreo, lo móvil y lo sinérgico. Sin embargo, quizá podemos encontrar una idea más elemental de tensegridad en la obra del escultor Kenneth Snelson, quien utilizaba tubos de aluminio y cables tensados para crear volúmenes y estructuras amplias y extendidas, usando una cantidad mínima de material, las cuales hubiesen sido imposibles de construir sin entender este principio.

    En las imágenes, se comparan la maqueta de una de las obras del escultor -que trabaja usualmente en gran formato- junto con la representación tridimensional de segmentos de la triple hélice del colágeno, en su unidad más mínima. De una manera análoga a como las barras comprimen y los cables tensan, diferentes grupos de moléculas se atraen y repelen en sus diferentes polaridades y magnetismo, creando una situación de pre estrés27, en donde tensión y compresión se estabilizan mutuamente, generando una estructura emergente.

    Durante una entrevista28, el artista reflexiona sobre la idea de solidez, transitando desde el concepto espontáneo de lo sólido como una cualidad inherente, producto de la escala en la que vivimos y comprendemos inicialmente el mundo; a la idea de solidez como circunstancia, como el producto de un "mecanismo", que distribuye la materia en el espacio de una manera específica, más que una característica ontológica de un material.  

    No es de extrañar que ideas como esta hayan sido el sustrato de utopías, como los sueños que imaginara Buckminster Fuller. Una idea tan sencilla que parece explicar totalidades. Tanto a la estructura del colágeno como a la obra de Snelson pareciera que no les faltara nada, mientras no salgan de los límites imaginarios de ese espacio abstracto. Pero otra cosa es la contingencia.

    Desde este comportamiento general, este patrón de auto-ensamblaje, las cicatrices se van desarrollando sin un plan central, sin ninguna agencia que esté observando lo que ocurre desde un lugar superior. No hay mapa, solo hay relieve y territorio. En el mejor de los casos, las células de la superficie, que han estado reproduciéndose y migrando a través de la nueva matriz de colágeno, logran encontrarse unas con otras, de extremo a extremo, inhibiendo su crecimiento y restaurando el continuo de la piel y el olvido de los eventos. Sin embargo, dependiendo del tamaño de las heridas, o su ubicación respecto de las tensiones originales de la piel, el crecimiento de la matriz de colágeno se desborda más allá de la superficie. Un nuevo territorio ha sido creado, tanto en lo físico, como en la identidad de la persona que lo padece, que la produce.

    Al pasar los meses el lugar se estabiliza. El último cambio mayor se produce cuando los fibroblastos se estiran, alineándose con las fibras de colágeno, adquiriendo propiedades similares a las del tejido muscular, ejerciendo la última tensión para cerrar la herida. Verónica, este último tramado tiene una resonancia inevitable con los hilos que has extendido sobre tus fotografías. Más allá de que el sentido de tus hilos se haya desarrollado a partir de la indagación en la identidad y el mundo interior de los participantes habitando sus cuerpos, ciertamente se pueden establecer vinculaciones que van más allá de la pura analogía visual.

    Un par de semanas después, la herida de Alicia había cicatrizado completamente, quedando solo una pequeña marca. No vivirá, de momento, el tránsito de tus retratados. El desarrollo de nuestra relación, entre apegos y repulsiones, ha ido encontrando un equilibrio, un nuevo tejido que nos vincula de una manera singular en nuestra alegría y dolores compartidos. Un lenguaje de sonidos, gestos, olores y sobre todo tacto, de cuerpos que conviven un habitar común.

    Ante la emergencia, el cuerpo está lleno de recursos. Un cuerpo como una ciudad o un pequeño universo químico, que tras eones de evolución, es capaz de enfrentar la perturbación que significa una herida, por vías y variables mucho más complejas y múltiples que las esbozadas en estas líneas. Sin embargo, como podemos proyectar a partir de la obra de Snelson y de la manera presentada en cada uno de tus retratos, hay muchas maneras de encontrar la estabilidad; la mayoría fuera de nuestro ideal de simetría, de continuo, de orden, de pulcritud. La herida está cerrada y el cuerpo no ha muerto desangrado. Ahora, cómo se vive con la cicatriz, cómo se negocia con la memoria y con la dinámica de nuestra vida colectiva, es otra historia, una en donde el sistema inmune todavía no tiene respuestas. La materia se queda muda, esperando a ser interpretada de maneras tan distintas, como la diversidad de relieves que es capaz de producir.


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